Una vez en la habitación, hice un repaso de lo ocurrido en las ultimas horas. El encuentro, la cena, la copa y el escarceo posterior.

A veces, lo evidente suele ser la verdad, y en este caso, al menos tal y como lo veía, lo evidente era que una señora de buen ver había querido tener una aventurilla sin complicaciones, pero en el momento de la verdad, se había arrepentido quizás por algún prejuicio, no lo se, pero tuve la sensación de que había estado jugando conmigo.
Yo tenia comprometidos los almuerzos de los próximos días, así que la llamaba al terminar mi trabajo y me recogía en el hotel. Siempre me esperaba en la Brasserie del propio hotel y después de tomar algo salíamos a pasear o a recoger su coche, según lo que hubiésemos decidido hacer esa noche.
Ya conocía casi todos los sitios que visitamos, pero no todos los días se tiene una guía autóctona y en el fondo me daba un poco igual donde fuésemos. Solo quería estar con ella
Me llevó a pasear por la orilla del Sena, a visitar el Sacre Coeur. Caminamos por las calles de Montmartre cruzandonos con bohemios de dudoso aspecto y con pintores callejeros que iban a la caza de turistas para venderles alguno de sus cuadros o hacerles algún boceto al carboncillo, ejecutado en unos minutos, en los que apenas se distinguía algún rasgo que recordase al modelo. Pero…..era Paris.
En esos días le note un cambio de actitud. Tenia momentos de euforia en los que se transformaba en una veinteañera caprichosa y encantadora a la vez y otros en los que sin motivo, se encerraba en si misma, dejaba de hablar y parecía transportarse a otro mundo.

No habíamos vuelto a hablar de lo ocurrido en el coche. Ella se había ido mostrando mas cariñosa a medida que pasaban los días, pero ninguno de los dos dio ningún paso mas allá de furtivos besos y caricias.

Salimos de allí y nos dirigimos caminando hacia la Isla de la Cite. Celebrábamos la despedida – entonces yo no sabia hasta que punto – y habíamos tomado bastante alcohol, así que no nos vendría mal andar un rato.
- Llévame al hotel
- ¿Estas segura? – le pregunté
- No hagas preguntas absurdas y llévame al hotel
- De acuerdo
Estábamos relativamente cerca, así que continuamos caminando en silencio.
En el vestíbulo del hotel, el recepcionista nos dirigió una sonrisa entre cortés y de complicidad. Me había visto llegar todas las noches solo.
Ya en la habitación, abrió el balcón y observamos la majestuosidad del Louvre, los escasos coches que circulaban en esos momentos por la Rue de Rivoli.
Habíamos cruzado cuatro palabras desde hacia rato. Nos abrazamos y entramos.
Es difícil describir lo que ocurrió. Nuestros cuerpos se entregaron, mi alma también. Ella parecía ir y venir de su mundo y en algún momento vi caer lágrimas de sus ojos.
Cuando acabamos me dijo
- Gracias por estos días
Fueron las ultimas palabras que escuche salir de su boca.
Estaba amaneciendo, me volví en la cama y vi que ya no estaba. Se oían sirenas a lo lejos y el frío del otoño entraba através del balcón abierto.
No recordaba que el balcón se hubiese quedado así. Me levanté para cerrarlo y las sirenas dejaron de oírse allí mismo.
Comencé a temblar y me puse a llorar como un niño.
Fin